La ciudad que semeja al país
El asfixiante centralismo en que ha vivido el Perú durante casi toda su historia, ha consolidado en la conciencia selecta del país provinciano, una idea de reprobación y rechazo hacia Lima, la absorbente capital, y ha fecundado, también un correlativo resentimiento que, por estar justificado, a nadie puede considerar arbitrario. Mientras Lima ha crecido y progresado, a costa sin duda de las energías robadas al trabajo y la producción del resto de la patria, la República entera se ha sumido en el ahogo que hoy, quizá más que nunca, la abruma. Ha sido una entrega total o un vasallaje, cuyo efecto negativo no es tanto la anémica condición de la economía provinciana, cuanto la opulencia parcial de esta cabeza nacional, en la cual, al modo de un reducido centralismo urbano, de la periferia hacia adentro, se distinguen los mismos escalones que muestra toda la nación, los que van de la miseria sórdida e inhumana al lujo desenfrenado y banal.
Y si en la mente sencilla del pueblo provinciano la imagen de Lima se ofrece con los caracteres del mito paradisíaco, al que hay que acudir para encontrar la dicha, en el pensamiento de las personas ilustradas nuestra ciudad constituye el vientre tumefacto y siempre insatisfecho que se nutre con la sangre de quienes de él dependen. Así se ha creado la leyenda negra de Lima, que proclama que nuestra ciudad no es el Perú o, peor aún, que es el anti-Perú. Sin embargo, tales definiciones sólo pueden explicarse como frutos del acerbo sentimiento que ha cuajado en el corazón de los nacidos allí donde la prosperidad capitalina ha significado, a contrapelo, desmedro y pobreza, opacidad y dolor, rutina y destrucción. Porque en el fondo, bien mirada la cuestión, Lima no sólo es sección principal del Perú sino que representa su síntesis, especialmente en lo que se refiere a la estructura social. Como todas las capitales del mundo, Lima es la ciudad de los provincianos, el lugar donde se reúnen, como en una abigarrada y hormigueante ágora, gentes venidas de todos los confines del amplio territorio peruano. Si no, que se interrogue a las masas que ocupan sus calles, a la hora de la tarea o en la fiesta, por su origen: se verá que aquí está el crisol de lo que el país, en su vórtice actual, promete para mañana.
Y el provinciano, al mismo tiempo, así como recibe el impacto de la metrópoli, así como cambia sus maneras y sus características, adopta, en cambio, otras cosmopolitas o citadinas, entrega, por medio de una tácita permuta, ciertos elementos propios y los incorpora a la personalidad de la urbe, la cual en seguida los adquiere y particulariza. En su última visita a nuestra capital, el famoso antropólogo francés Paúl Rivet afirmaba que veía con agrado y satisfacción que Lima se estuviera convirtiendo en una población india. Y esto es cierto. La provincia ha traído aquí ésta peruanísima contribución racial y ella se ha tornado limeña.
Un recorrido por la capital nos proporciona, además, el testimonio patente de la situación de todo el Perú. Desde los barrios y urbanizaciones clandestinas —en cuyos recovecos y callejuelas es posible distinguir el remedo de la aldea andina, que el habitante naturalmente, al construir su improvisada vivienda, ha evocado— hasta el centro, y de aquí a las zonas residenciales —la Lima quizá propiamente dicha, por lo florida, por lo pacífica, por lo conventual que se nos aparece— el itinerario nos muestra la gama peruana: allá, en los cerros, el hombre del Ande, la provincia campesina que ha emigrado en busca de un premio que no halló; luego, en los barrios que ayer fueran el núcleo de la villa y que hoy, venidos a menos, subsisten como refugio de los menesterosos, las razas costeñas —mestizos, mulatos y negros—; más acá, en las urbanizaciones modestas de la clase media, el compacto conjunto de la empleocracia aspirante, en la que no hay distingos de procedencia y en la cual se juntan y se entremezclan, sin discriminaciones, las familias, sean chiclayanas, cuzqueñas o loretanas. El centro no es tampoco el predio de los limeños: es el meollo de esta móvil y efervescente cita nacional. Tal vez, como dijimos arriba, sean los sectores residenciales los que constituyen la parte genuina de la ciudad, el bastión representativo del centralismo que devora los productos del esfuerzo de los ciudadanos del Norte, el Centro, el Sur y el Oriente patrios.
En recientes artículos, el autor de estas líneas comentó el expediente urbano de nuestra capital, las cuestiones que su magnitud plantea a los especialistas en los problemas metropolitanos. Dicha causa urbanística, en pleno proceso, demuestra que Lima lleva un ritmo de crecimiento sin pausa, a costa, por supuesto, de las demás regiones del país. Se trata de un hecho que no puede condenarse con acusaciones, violentas y acres, sino que merece estudio, meditación y fórmulas prácticas de solución. Ante todo, la descentralización, pero la descentralización científica, y luego la devolución a la provincia de todo aquello que le pertenece material y espiritualmente. Así se retornará a la legítima comunidad, esa que está levantada sólidamente sobre las bases de la recíproca admiración, sin rencores ni escisiones, tal como destella en el símbolo peruano: firme y feliz por la unión.
Publicado en La Prensa, el 16 de febrero de 1956, p. 8.